Entré en la tienda. Me habían contratado aquella gran empresa para asesorarles.

Llegué. Todo aparentemente estaba bien. Una buena localización. Un gran surtido, Buenos precios… Grandes tecnologías detrás, un gran marketing… Pero uno sentía que había algo gélido dentro de aquella tienda.

No me presenté. Era un cliente más. Estuve 70 minutos dando vueltas por la tienda. Una tienda de unos mil metros cuadrados. Había bastantes empleados.

Y entonces entendí por qué las cosas iban mal. Ningún empleado me preguntó si necesitaba ayuda. Nadie me sonrió: simplemente yo no existía para ellos.

Nunca he entendido cómo puede haber una sola tienda en el mundo donde no se salude a los clientes.

Hoy hay tantas tiendas donde entras, y nadie te saluda, donde nadie te da los buenos días, o las buenas tardes, y donde vas a pagar y ni siquiera te dan las gracias. Y no es que vaya buscando que me den las gracias, pero a nadie le sienta mal, que le vengan a decir: “muchas gracias por venir, por confiar en nosotros”.

Regresé. Me preguntaron. Les respondí: “Tienen que aprender a saludar. Es una cuestión no negociable”.

Tengo una lista enorme dividida en dos partes, en un lado están las tiendas donde me siento como un huésped, y en la otra donde me siento como un transeúnte.

Y hay tantas en el lado incorrecto.