Un día descubrí que si vas a Google y pones: “VESTIDO DE MUJER COMPRAR”, te aparecerán 95.400.000 resultados. Casi 100 millones de opciones.

Luego puse “COMPRAR ROPA”.

Y aparecieron 436 millones de resultados.

Siempre pensé que no había nada más infinito que un lenguaje. Y luego supe que según la RAE, el español cuenta con menos de  94.000 palabras.

Pensé que había en internet más opciones de comprar ropa, que todas las palabras inventadas por el ser humano.

Entonces me pregunté si tenía sentido seguir yendo a tiendas físicas a comprar ropa, desplazarme, perder mi tiempo. Era absurdo.

Luego estuve durante días, meses, años, casi toda mi vida, navegando por internet, buscando ropa, y descubrí que había un trillón de opciones baratas. Descubrí que podía vestirme cada día de forma diferente por apenas dinero. Descubrí que me lo enviaban desde miles de kilómetros y de forma gratuita, y descubrí que podía devolverlo sin pagar ni un solo euro.

Estuve años y años escuchando cómo sonaba el timbre de mi casa. Y cómo subían esos paquetes. Descubrí que las cosas iban a mí, y no hacía falta que yo fuera a por ellas.

Pero un día que salí, no sé muy bien por qué, pero entré en una tienda. La dependienta me dijo “hola”, y me sonrió….Entonces descubrí algo que no había descubierto durante años.