Sofía no es una ciudad escandalosamente hermosa a primera vista. Lo más bonito de Bulgaria, un país precioso, hay que buscarlo fuera de Sofía.
Y lo más interesante de Sofía se encuentra en el interior. Una ciudad donde hay un mapa subterráneo fascinante: bajo las mezquitas otomanas, los monumentos del Ejército Rojo y las iglesias con cúpulas de cebolla, hay una red de búnkeres, bodegas y tiendas semienterradas.
Cómo investigador de la teoría y la evolución de las formas de consumo y del retail, siempre me han interesado los lugares no comunes, lo poco hablado, lo magnificamente heterodoxo. De lo diferente siempre nació el progreso, de lo más de lo mismo, el bostezo.
En Sofía se encuentran las tiendas más extrañas del mundo, semiocultas en viejos sótanos y refugios antiaéreos. Fui a verlas.Son las “klek-shops”. Parecen provenir de un mundo subterráneo, a los pies de quienes pasan. En medio de esa ciudad monolítica, gris y postcomunista, sucede algo fascinante.
Desbordante, inusual e increíble. Las únicas tiendas en el mundo dofe sólo se ve la cabeza que parece nacer de la tierra abajo, que escucha al cliente y le entrega el producto solicitado.
Una tienda metropolitana en miniatura, al final de la acera. Es ignorada por las revistas minoristas que describen tiendas innovadoras, extraordinarias y diferentes. Podrías pensar que su originalidad se acaba con una foto o puedes analizarlos detenidamente e inspirarte. Si estás interesado en esta forma de venta al por menor, te conviene elegir la segunda opción.
Después de la Segunda Guerra Mundial y durante la Guerra Fría, gracias a los refugios antiaéreos en los sótanos de los edificios de diseño búlgaro en Sofía. Estos eran espacios separados para cada familia. Las habitaciones que bordeaban el perímetro a menudo tenían una pequeña ventana justo por encima del nivel de la calle.
A fines de la década de 1980, con la caída del comunismo, muchos residentes, que no tenían dinero para abrir tiendas, comenzaron a vender ilegalmente electrodomésticos y artículos para el hogar. En cambio, los artesanos ofrecían reparación de calzado, sastrería y otros servicios a quienes pasaban por sus búnkeres. Ya en 1990 había tiendas clandestinas en casi todas las calles de Sofía.