Recuerdo los inviernos de los noventa. Recuerdo entrar en la tienda de Toys ‘R’ Us de Alcobendas . Yo ya tenía más de 20 años. Pero supongo que el niño que fui renacía cada vez que surcaba la puerta de aquel lugar: me encantaba ver a toda esa gente paseando por los pasillos, engullendo con sus ojos aquel mar de juguetes. Para mí era un lugar mágico, un lugar donde estaban todos los juguetes del mundo. El destino hizo que un par de años después fuera en aquella tienda donde tuve mi primer trabajo serio: realicé allí las prácticas del máster que estaba haciendo. Durante ese tiempo, aprendí cientos, miles, de nombres de juguetes. Me gustaba. Me explicaban cómo colocar los productos en las baldas para que los clientes pudieran encontrarlos mejor. Cada día aprendía algo: la posición de los juguetes con más rotación a la altura de los ojos de los clientes, cómo se implantaba un planograma, el hecho de que el cliente siempre tenía la razón, la importancia de sonreir, de hacer agradable el lugar donde trabajabas, el lugar donde la gente iba a comprar sus sueños. Me encantaba aquella empresa. Recuerdo que me trataron con mucho cariño. Y en términos generales a los empleados les gustaba trabajar ahí. Recuerdo las navidades que pasé en aquella tienda, recuerdo masas de familias peregrinando por los pasillos, recuerdo colas y colas de gente para pagar, recuerdo decirle a un señor muy mayor que un juguete se había acabado y ver cómo se ponía a llorar. Si no estaba en Toy´s´us posiblemente no estaba en ningún lugar del mundo.
Desde entonces, y ya han pasado más de 20 años, decidí que aquello era mi lugar correcto: los lugares donde vendes algo a la gente que hace que su vida sea más agradable. Aquello lo aprendí en aquella tienda de Toys ‘R’ Us hace ya más de 2 décadas. Ahora las cosas van mal para Toys ‘R’ Us y debo confesarles que eso me entristece.
Cuando terminaron mis prácticas en el Toys ‘R’ Us de Alcobendas, después de aquella locura de navidades, me sentí desubicado. Solía ir de vez en cuando, a ver a los que habían sido mis compañeros, me tomaba algo con ellos y con ellas. Me sentía aún parte de ellos, aunque ya había dejado el equipo. Pero aquél era mi primer equipo. Y eso ya nunca se olvida.
Luego el tiempo pasó, y como siempre, llegaron otros lugares, otras gentes, que ocuparon mi cabeza. Pero años, muchos años después, cuando pasaba por Alcobendas y veía desde la carretera aquella tienda, mi corazón comenzaba a latir como cuando de niño rompía el papel que envolvía los regalos.
Autor: Laureano TURIENZO